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Capítulo 2.
Joselyn simplemente se limitó a observar su nueva habitación, en realidad nueva no sería la palabra más indicada, después de todo llevaba más de una semana en aquella insondable mansión —si es posible llamar de esa manera al laberinto de paredes, pisos y bisagras en donde residía. Bueno, más bien, donde estaba atrapada. Para Joselyn, ninguna palabra sería capaz de describir con exactitud su situación, todas parecían inciertas y era prácticamente imposible hallar las correctas para expresar cómo se sentía.
Para saberlo, solo bastaba con ver el desorden y crear una conclusión propia. La mitad de su sábana estaba desparramada por el piso, su ropa tendida impacientemente sobre un taburete. Su justificación era que el lugar ya estaba así, que lo poco que tenía se le fue concedido al momento de firmar el trato. Al llegar, no llevaba nada más de lo que tenía puesto, su equipaje dejado de lado en el campamento.
Sí, había dejado de lado su único vínculo con la sociedad normal y decente. Y sí, hace más de una semana que aceptó perder la libertad a cambio de poder vivir, no, de sobrevivir. Ahora no era más que otra marioneta en el montón, siguiendo reglas arbitrarias dadas por alguien más poderoso que ella misma, yendo con la corriente y ahogándose en la sangre de los demás. Todo a cambio de vivir un poco más, solo unos meses más hasta poder…, ¿poder qué? Ni ella sabía por qué anhelaba tanto seguir con vida, siendo capaz de darlo todo por esta.
En su mente, las preguntas no paraban de aparecer y retumbar dentro de su cerebro: ¿Por qué le había pasado esto a ella? ¿Acaso había hecho algo para merecer semejante castigo? ¿Algún pecado cruel del cual no estaba enterada del todo? ¿O simplemente era obra del destino el acabar atrapada en ese lugar, con esa gente? Sin darse cuenta, Joselyn se había levantado de su escritorio, caminado hasta la puerta y puesto su mano sobre el picaporte. No importase cuánto lo quisiera ocultar, ella era una esclava de sus emociones y, tarde o temprano, ellas tomarían el control.
Al girar el picaporte un recuerdo se apoderó de ella, aunque realmente encontró imposible exhumarlo del todo. En la mente de Joselyn las memorias de aquel fatídico día se volvían vertiginosas, mezclándose unas con las otras y dejando solamente una gran macha en su vida. Un acontecimiento del cual nunca podría sanar, pero del cual tampoco recordaba nada, y, aun sabiendo la verdad; se preguntaba si eso acaso no había sido más que un sueño. Después de todo, su herramienta más poderosa, capaz de controlar músculos y huesos, se veía imposibilitada por sí misma. Supuso que aquella pared que enfrentaba cada vez que pensaba en el campamento no era más que su cerebro intentando protegerla.
Al salir, el pasillo interminable de la “mansión” le devolvió la mirada. Un papel tapiz decoraba cada pared, esta vez se mostraba limpio y preciso, pero no siempre era así, a veces, se despegaba de la pared como piel; dejando ver una madera podrida en las esquinas. Pero hoy no, hoy era un pasillo atractivo y atrapante, listo para darle la bienvenida a invitados de élite. En el suelo, una alfombra bordo tapaba las tablas imperfectas, ocultando su verdadera naturaleza. A Joselyn no le extrañó que cada parte del edificio fuese una fachada, incluyendo el interior, después de todo: una casa refleja a sus habitantes, y aún más importantemente, eres lo que comes.
Joselyn siguió caminando sin rumbo, pérdida en sus pensamientos. Deambuló por los pasillos cambiantes, pensó en cómo era posible que existiese un lugar así, pensó en sus puertas altas y sus pasillos largos, en las esquinas donde comenzaba otro camino aun cuando había llegado a un final. No quiso seguir, un dolor de cabeza iba a aparecer si continuaba haciéndolo. En especial por lo complicado que consideraba saber dónde estaba, acababa de salir de su habitación asignada y ya la había perdido de vista. Y al principio, cuando preguntó cómo llegar a dicha habitación, se encontró con varias respuestas, todas ellas inutilizables: Sally, entre risas, dijo que solo bastaba con concentrarse y encontrarías lo que buscas eventualmente, Jane dijo que había patrones —casi imperceptibles— y que con la suficiente capacidad los entenderías. Jeff solo se dignó a hablar de instintos antes de largarse.
Tal vez eso era lo que le faltaba, instintos. «Es la primera vez que Jeff tiene razón en algo…» pensó. Y aun así, la tenía. Al principio había pensado que ellos la habían salvado de una muerte segura, el instinto de correr y sobrevivir a costo de todo, un lado de todos los humanos que nunca se extinguió. Pronto, se dio cuenta de lo poco probable que esto fuese, nunca había sobresalido entre los demás, ¿qué la hacía distinta ahora? Luego, quiso atribuirlo todo a un milagro —o lo más cercano que una atea como ella pudiese crear—, una obra del destino que estaba predeterminada a ocurrir, todos debían morir menos ella. Pero, eventualmente, cedió y lo admitió: no era más que chance.
Chance, casualidad, lo que quieras llamarle. Todo se pudo haber evitado de una manera u otra. Odiaba su mente por no permitirle saber con exactitud qué había hecho mal, qué camino había tomado equivocadamente. Uno obvio fue el venir a acampar en primer lugar, y tal vez incluso antes… tal vez su primer error fue amigarse con aquellas personas que ahora no eran más que cadáveres. Joselyn prefirió no pensar en eso demasiado, ni siquiera podía recordar sus rostros con exactitud y a pesar de eso… los quería de regreso, de una forma u otra. Qué más daba aquel contrato, estaba segura de que si tuviese la oportunidad, si tan solo uno de ellos volviese, le diera la mano y le dijese «Joselyn, sé cómo largamos de aquí» ella aceptaría sin dudarlo ni pensarlo dos veces. Si tan solo eso pasase.
Ella se sentía más sola que nunca y, sin importar cuánto quería aguantar las lágrimas, su visión ya empezaba a nublarse lentamente. Deseaba poder guardar todo bajo llave, no sentir todo lo que sentía y mostrarse débil ante una bandada de asesinos. Sabía muy bien de lo que eran capaces, y aún peor, sabía lo fácil que era aprovecharse de ella.
Sin saberlo, abrió una puerta que no estaba ahí.
–¿Joselyn?
Dentro de la habitación estaba a quien ahora reconocía como Liu. Claro, antes no se había preocupado por preguntar su nombre, cuando corría por su vida. Y claro, de todas las personas dentro de esta mansión lo encontró a él.
–¿Ese era tu nombre, verdad?– preguntó.
Joselyn solo asintió. Podía contar con los dedos de las manos cuántas veces había interactuado con él antes —incluso le sobraban la mitad—, la realidad es que su relación era tensa, por decir poco. ¿Cómo no lo sería? Sin destacar lo obvio, él no negaba lo que había sucedido, ella no se dignaba a escucharlo tampoco.
–¿Estás bien?– pausó –¿Sabes qué? Ignora la pregunta estúpida, por supuesto que no lo estás. Debe ser difícil acostumbrarse a estar aquí, rodeado de estas… personas.
Decir “difícil” era quedarse corto. Cada vez que Joselyn despertaba no quería hacer nada más que dormirse y no despertar nunca más, y cada día descubría más razones para amar estar en su propio mundo, alejada de la realidad. Incluso sabiendo que las intenciones de Liu no eran malas, aunque nunca se podía estar segura con ese tipo de persona, no podía evitar sentir una inquina hacia él cuando escuchó lo que dijo.
–Yo… sé que no quieres hablar conmigo, no te juzgo.
–¿Por qué querría hablarte? Sabes lo que hiciste.– respondió Joselyn, un poco más alto de lo que deseaba.
–Tienes razón. Es solo que quería disculparme, por todo.
Joselyn estaba a punto de darse la vuelta y regresar por dónde vino, pero no lo hizo. Estaba intrigada por lo que seguiría a esa confesión, aún mejor, le complacía poder escuchar esas palabras; como una forma de validar sus sentimientos. A veces era tan fácil olvidarse de sus compañeros, era “difícil” no ignorarlos en estos momentos.
–¿Disculparte? ¿Eso es lo que quieres?– Aunque estaba más que lista para aceptar las disculpas, prefirió jugar un rato más, ver qué tanto podía hacerlo hablar.
–Sí, disculparme por haberte traído hasta aquí. Podría excusarme con miles de maneras, proclamar que no fue mi intención o que fue persuadido a hacerlo, pero sé que no eran una diferencia. Ya estás aquí, entre la peor pravedad de la sociedad y es mi culpa. Lo siento, lo juro.
¿Qué se supone que tendría que responderle? ¿“No importa”? Claro que lo hacía, si no fuese por la culpa de él nunca hubiese acabado así en primer lugar, pudiese haber seguido con su vida como todos los demás. Joselyn debería sentir aborrecimiento pleno hacia quien la había forzado a vivir así, se sentía como una porquería humana, en realidad, ya no sabía si esa palabra aún la describía. No cuando era cómplice de un grupo de deicidas, la mera existencia de esa mansión era en contra de la naturaleza y sus integrantes tenían incluso una peor fama, resulta que “pravedad” era el adjetivo exacto para todos ellos. En cambio, sentía algo más. Empatía quizás, o solo debilidad.
–Yo… aceptó tus disculpas.– Ni siquiera ella creía sus palabras.
–Me alegro de escuchar eso. ¿Sabes?, nunca había tenido la oportunidad para decírtelo, siempre te perdía de vista antes de poder hacerlo, pero te lo prometo, voy a protegerte de los demás; después de todo es mi culpa que estés en peligro. Si me dices que sí, lo haré. Sin pensarlo.
Ni siquiera supo cuando Liu se acercó a ella. Sus manos yacían sobre las suyas, apretando sus dedos y confortándola, pidiendo permiso para llevar a cabo su propuesta —tan descabellada como fuese. Y Joselyn… bueno, su mente se hallaba en un corto circuito. Era solo racional pensar que fuese una trampa, no se podía esperar nada menos del hermano de Jeff. Sin embargo, asintió sin siquiera pensarlo con claridad y luego murmulló.
–Te lo agradezco. Mucho.– luego de un suspiro continuó –Es imposible mentirte, estoy petrificada, no sé qué hacer y necesito ayuda.
–No te preocupes, sé lo que se siente. Todos fuimos novatos en algún momento de nuestras vidas, y se da por hecho que tener confianza con los demás es… un tanto problemático, nunca se sabe cuándo te apuñalaran por la espalda. Literalmente.
Joselyn río inconscientemente y ambos se sentaron sobre la cama de Liu, muslo a muslo.
–Estoy seguro de que conoces mi parentesco con Jeff, todos están al tanto. Mi secreto para ti es que éramos muy buenos amigos de niños, ¿no me crees? Solíamos pasar todo el día juntos, fuera de casa. Nuestros padres no eran muy responsables que digamos.
–Supongo que tú cuidabas de él, ¿no es así?
–Era un trato mutuo. Todos piensan que miento, pero Jeff es el mayor, solo por un año. Tiene sentido que crean lo contrario, nuestras vidas fueron por caminos distintos hasta encontrarnos de nuevo, Jeffrey nunca ha madurado del todo y yo fui quien sufrió las consecuencias. Era de esperarse qué lo vean como un niño, incluso ahora.
Se mantuvieron en silencio un rato, sentados uno al lado del otro. No había nada más que decir, ya se habían pedido disculpas y dichas disculpas sido aceptadas, ya se habían hecho propuestas; estas consideradas y luego agradecidas. Más importantemente, —aquella pared que los separaba y aislaba a Joselyn de cualquier ayuda— se había roto. Finalmente, tenía a alguien con quien hablar, incluso si esa persona fue quien la maldijo a una vida de tercera en un matadero muy bien decorado. Liu puede no ser el confidente más confiable de todos, pero en un lugar donde bajar la guardia era una sentencia de muerte, necesitaba a alguien en quien apoyarse. Ahora Joselyn tenía un ancla —oxidada por los años pero tan afilada como ninguna— y con eso le bastaba para navegar en una vida cada vez más turbulenta.
Finalmente, ella admitió no poder encontrar la salida de la mansión y Liu se ofreció a ayudarla. Chismorrearon acerca de lo tétrica que era esta, fingiendo que no querían que la mansión los escuchase (a pesar de que el miedo era real en parte), caminaron por un pasillo, luego otro y al doblar una esquina encontraron las escaleras que buscaban. Tras llegar a planta baja vieron como varias personas estaban reunidas en la misma habitación, solo que cada uno en su propio rincón. Jeff y Nina posando en el espejo, Ben jugando a algún videojuego de nicho y Sally con sus muñecas, posiblemente creando una historia macabra para cada una. No había rastro alguno de los demás, tampoco que Joselyn desease verlos. Nunca los había visto a todos reunidos, solamente había escuchado las malas lenguas sobre algunos: caníbales, sociopatas, sádicos. Nada fuera de lo común ahí.
–¿Te puedo acompañar? Quiero largarme también, por lo menos a pasear en el bosque.– dijo Liu, mirándola.
Joselyn asintió y él se inclinó de manera exagerada, invitándola a pasar por el umbral: «las damas primero». Ambos pasaron el resto de la tarde —pues claro, habían gastado parte de ella conversando y buscando una puerta al exterior— explorando el bosque de abetos, Liu incluso halló una madriguera y llamó a Joselyn para mostrársela. Ella se percató de unas notas en el camino, en lugar de verlas fue a ver lo que sea que Liu quería que viese y continuó con su día. Ahora con un aliado más.