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aren't they both great?

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Capítulo 6.


—Mier…— el aire escapa de mis pulmones antes de terminar. En su lugar, suelto un quejido espantoso y caigo sobre el lodo. Mí camisa blanca cubierta en tierra, agua, ramas y, probablemente, millones de bacterias del bosque. Otra vez, Masky me vence en nuestra batalla desigual. El sol ya había alcanzado su punto más alto hace varias horas, ahora la llegada de la tarde lo escondía detrás de los abetos. ¿Y yo? Yo apenas podía levantarme. Resoplé al intentar ponerme de pie. Caí de nuevo.

Me habían obligado a levantarme cerca de las seis de la mañana para “entrenar”. Lo que sea que eso significase para ellos. Quizás una excusa para ponerme en mí lugar luego de la catástrofe penosa con Helen. Aunque… quizás realmente me ayudaría en algo. Qué más da, uno de los seguidores de Slenderman —proxies, como se hacían llamar— estaba en frente mío. Masky, si no mal recuerdo. Habló:

–No sé por qué él no te descartó como a todos los demás, no eres del nada notable.

Qué cariñoso.

Luego hizo señas con las manos, un “levántate y deja de perder mí tiempo”. Sin muchas ganas, cero, me levanté y me posicioné como me habían instruido. Puede que no sepa mucho, nada, de esto, pero no iba a permitir que simplemente se burlaran de mí frente a mis narices. Y sabía que lo estaba haciendo, incluso debajo de esa máscara extraña (… ¿Acaso todos tenían una obsesión con la vestimenta extravagante?). Quería borrar esa sonrisa, sutil pero egocéntrica, que tanto Masky como Helen compartían.

Helen, cuánto me gustaría partirle la cara. Tan poco tiempo conociéndolo y tan arrogante me parecía, un verdadero idiota con disfraz de artista culto. Odiaba esa mirada condescendiente que me parecía familiar, demasiado familiar para mí gusto. Si tan solo pudiera pelear contra él en vez de una de las marionetas de mí supuesto jefe. Pensándolo bien, con esa herida en el hombro estaría en desventaja… como que me importase.

Con cada golpe esquivado me acercaba más a mí objetivo, a mí fantasía. Una racha sorpresivamente mejor comparándola con mis cientos de intentos fallidos durante el día entero. Sabía que estaba divagando. Lo sabía. Pero pensar en su rostro cuando finalmente lo alcanzase, herido, distraído, penoso. Moretones en su rostro, o en su torso, o en sus brazos. Pensar en… si tan solo pudiese…

—Estabas distraída.

Sentí un ardor en la nariz, dándome cuenta —solo al caer— de lo que había pasado. Me había dado un puñetazo en el medio del rostro y ahora se ríe desde arriba.

Gracias a quien sea que él no tenía un cuchillo en mano, porque habría sido mí fin. Tenía que dejar de ser tan abstraída de mí entorno, mí debilidad desde pequeña. Pero al mismo tiempo, la fantasía era lo único que me mantenía con vida, ¿si no fuese por estos pequeños deslices mentales —delirios de poder, grandeza—, seguiría con vida en este lugar?

Me sobresalté al ver su mano frente a mí cara, pensando que me golpearía de nuevo. No esperaba nada menos que de alguien tan impío. Este día me hizo dudar de su capacidad para sentir empatía. Pero él solo permaneció callado, esperando a que la sujetara. Un segundo más tarde lo hice y regresamos por el camino donde habíamos venido, guiándonos por los hongos en el sendero y los pósteres de desaparecidos.

Me pregunté si sentía lástima por mí, o si realmente era un semblante de amabilidad.

No podría decir con seguridad la distancia que caminamos, pero sí que la puerta que nos esperaba al final de nuestro destino definitivamente no era la misma por la cual habíamos salido. Antes, un par de tablas de madera clavadas entre sí sobre una pared de cemento. Ahora, una puerta de verdad. El interior tampoco era el mismo. En su lugar, entramos a la sala de estar de la mansión.

—Ah, Joselyn, llegaste. —la voz de Dina me dio la bienvenida sin voltearse, cuando lo hizo. —¿Estás… bien?

«¿Por qué no estarlo?», me pregunté. Claro, mí ropa estaba hecha un desastre a causa de un día lluvioso de primavera más una sesión de entrenamiento para una perdedora, pero; ¿no estarían acostumbrados a eso, a volver cubiertos de ya sea sangre o de lodo? ¿Es porque soy nueva? ¿Por qué sé preocuparían de un par de moretones?

—¡Tu nariz está sangrando! — intervino Liu.

Él había salido de quién-sabe-dónde junto a un, muy, enfadado Helen y, como no, un Jonathan con su eterna sonrisa pícara. Liu se apresuró a mí lado. Mis manos palmearon mí cara y se encontraron con un líquido rojo y espeso.

Había sido un milagro no saborear mí propia sangre antes de pasar por el umbral. Todo tenía sentido de repente, finalmente supe por qué Masky se detuvo luego de tantas horas, también porque ofreció su mano de manera tan… “caballerosa”. ¡El maldito dislocó mí nariz!

Cómo no me había enterado se me escapaba. Usualmente, hubiese notado una dificultad para respirar, o el ardor lento en mí rostro. Pero luego de tantos golpes y caídas debí haberme entumecido por completo. Podría haber hecho algo peor y yo ni enterada.

Le lancé una mirada a Masky. Él, no intimidado, aclaró: «¿Pensabas que te dejaría con la nariz sangrando? Te traje de regreso al lastimarte para que alguien más se ocupe, ya cumplí mí parte del trato». Y antes de que pudiese reprochárselo, se marchó, satisfecho con su trabajo. Posiblemente feliz de haberme dado una lección.

Ignorando las preguntas de los demás —¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? Qué idiota, ¿no te diste cuenta hasta ahora?—, me dirigí al baño. Le di un portazo a la puerta y me miré en el espejo. Hablando de puerta, ¿de dónde había salido? Nunca había visto este baño aquí abajo. Gracias mansión, supongo.

Mí rostro estaba prácticamente machacado, mí nariz ligeramente hacia la izquierda, y dejando un hilo caer hasta mí boca. Quise resistir el impulso, no lo logré; toqué el líquido con la punta de la lengua. Metálico, caliente a pesar del aire frío. Mí sangre. Seguí observando, examinándome a mí misma, comparando con mis últimos recuerdos antes del contrato.

Encontré unas canas que no estaban ahí antes, mezcladas entre la tinta que había perdido su color y revelado mí tono real de cabello: castaño claro. También estaba un poco más crecido, tres, no, cinco centímetros más largo. Me saqué la camisa, luego los pantalones, las medias y los zapatos. Tiré todo sobre los azulejos amarillentos.

Ahora, en mí ropa interior, continúe mirándome. Mucho no había cambiado, menos algunos machucones. Redirigí mí mirada hacia mis brazos, las cicatrices con su símbolo desconocido aún sobre mí piel. Creo que nunca sanarán.

Ah, sí. Casi me había olvidado, tenía que hacer algo sobre mí nariz. Había leído una vez sobre esto, los médicos aplicaban anestesia antes de gentilmente regresar el cartílago a su lugar. ¿Anestesia? Aplicando una mano sobre mí nariz, auch, sujete fuertemente y…

Di un alarido cuando coloqué todo donde debía estar. Luego, escupí un poco de sangre en el lavabo y agarré papel a montones para limpiar mí cara.

—Joselyn, ¿estás bien, puedo entrar?

La voz de Liu al otro lado de la puerta. Un bálsamo ahora que estaba afligida, no solo por mi procedimiento médico artesanal, sino también por un día entero de humillaciones. Recordé que no estaba… decente.

—Liu, ¿podrías llamar a Dina? —no dudo en aceptar mi petición, y al cabo de unos segundos escuché la voz de ella.

—¿Necesitas algo?

Entré susurros, le expliqué lo que pasó y le rogué por un par de prendas para ponerme. Aceptó y la oí marcharse, probablemente escalera arriba, aunque era imposible saberlo con certeza en esta mansión. Unos minutos más tarde apareció, tocando la puerta y diciendo «soy yo». Abrí unos pocos centímetros, agradeciéndole mientras recogía la vestimenta. Perfecto. Me vestí lentamente, cuidando no tocar ninguno de los moretones. Con una camisa a cuadros y unos jeans holgados, abrí la puerta.

—¿Estabas llorando? —me preguntó Liu apenas me vio, con el ceño fruncido. Él había estado esperando afuera todo este tiempo, solo apartándose cuando estaba con Dina.

—¿Qué? Ah, no es nada. Simplemente me dolió, supongo que lloré sin darme cuenta.

Posó una mano sobre mí mejilla. ¿Qué? ¿Por qué haría eso? No pude ni cuestionar sus actos antes de que secara una lágrima con su pulgar. Me aparté, avergonzada. Él también se alejó. Me ofreció una mano para salir del baño y acepté.

Aparté la mirada para cerrar la puerta, y al volver supe que no era el único esperándome; Helen estaba ahí. Parado como un monolito, cruzado de brazos, no con las cejas fruncidas, pero sí con una mirada extraña en sus ojos azules. Se acercó sin decir nada. Cuando me di cuenta, tenía un dedo sobre mí nariz, trazando algún patrón. Presionó y solté un quejido.

—¿Qué te pasa? —dije.

—No me digas que intentaste arreglar eso sola. —“Eso” siendo la fractura en mi nariz. Miré hacia otro lado por un segundo, encontré su mirada y asentí. Él suspiró.

—Bah, ¿acaso no escuchaste el grito que pegó? No te hagas, tanto Liu y tú parecían que iban a derribar la puerta. Por cierto, te queda bien el morado. Acentúa tu piel.

Esas palabras, obviamente, salieron de la boca de Jonathan. Decir que ambos mencionados desearon matarlo era decir poco. Es más, si no fuese por su cuerpo vagamente fantasmal (¿alguna vez me acostumbraré a eso?) ya estaría muerto y despedazado en más que mil maneras. Yo no supe qué decir más que:

—¿Gracias? Supongo…

—No le des las gracias. —respondió Helen.

Ignorando el comentario de Jonathan, Liu comenzó a interrogarme. «¿Qué te duele? ¿Dónde? ¿Estás segura de que no estás enojada con Masky? ¿Realmente segura? Yo podría… », Helen lo calló con un golpe en el pecho y giró sobre sus talones, caminando por un pasillo. Liu y yo lo miramos, él se dio la vuelta y arqueó una ceja. Ah, quiere que lo sigamos. Ambos avanzamos el paso para alcanzarlo, sin saber a dónde nos llevaba ni para qué.

Terminamos en frente de una habitación como cualquier otra, la puerta como todas las demás. Helen tocó tres veces rítmicamente.

Al abrirse, vi una cara conocida, más bien máscara. Jack, callado, en frente nuestro. No lo conocía muy bien, pero sabía que fue él quien se ocupó de remover la bala del hombro de Helen, eso me brindaba cierta paz ante su figura tan abrumadora. Helen le explicó brevemente lo sucedido, yo observé a Liu de reojo. Ya me estaba mirando. Regresé a la conversación.

—Si es solo unos vendajes está bien, pero no voy a hacer más que eso.

Nuestra visita a Jack fue corta. En un abrir de ojos ya tenía la nariz cubierta y un manjar de analgésicos comprimidos en mis manos. Le agradecí como pude, Liu sonrió y le estrechó la mano, Helen asintió con la cabeza en un acto de, poca, gratitud, y nos marchamos. El resto del camino fue en silencio, mis pies casi me llevaron sin saberlo hacia la puerta de mi habitación. Si quisiese buscarla intencionalmente, nunca la encontraría.

—Si necesitas algo, solo dímelo. —me murmuró Liu, tocando mi hombro.

—No hay nada por que preocuparse, es solo una nariz rota. A Helen le dispararon. —quizás debí evitarme esa última parte…

—Sí, a mí me dispararon y no estoy siendo consolado por nadie.

Si no fuese por saber que han matado a personas antes, la interacción me daría gracia, bueno, incluso más gracia de lo que ya me da.

—¿Acaso quieres que te consuelen?

Helen dejó de cruzarse de brazos, solo para levantar el dedo del medio muy lentamente. Me reí sin querer.

—¿Qué? —ambos chicos me miraron como si tuviese una cabeza de más.

La mueca desapareció del rostro de Liu y una sonrisa la reemplazó. Después, una carcajada. Helen frunció el ceño de nuevo. Nos despedimos con una mezcla de nerviosismo, torpeza y risa —que no le agradó mucho al pelinegro. Y cerré la puerta con cerrojo. No me moleste en cambiarme de la ropa que Dina me había dado, simplemente me quité los zapatos y me tiré sobre la cama. Grave error, me quejé por la milésima vez en el día.

Puede que haya sido una tortura, pero no terminó tan mal como esperaba. Podría llegar a pensar que Liu y Helen fueron buenos conmigo, esperando a que saliera para saber si me encontraba bien. Pero eso no cambia que algún día le iba a dar su merecido a ambos.

Ese día dormí por casi once horas.